Me despierto y veo que todavía dormís.
Mi brazo derecho está abajo tuyo, estoy de costado, con mi cabeza
apoyada en la parte baja de tu pecho. Vos estás boca arriba. Algunas
partes de nuestras piernas se tocan, y tenemos la piel tibia. Olemos
a dormidos, y todo está muy en silencio. Alguna claridad se escapa
entre las hendijas de la persiana, pero no puedo saber si está
nublado o hace sol. Tampoco se si llueve, porque no puedo escuchar
nada. Imagino que llueve. Me desenredo de las sábanas, y de vos. Me
levanto silenciosamente y voy a la cocina. Pongo el agua, y mientras
se calienta voy al baño. Vuelvo y preparo el mate. Estoy entre las
sombras de lo que parece un mediodía del final del verano, cuando
empiezan las lluvias y se empieza a intuir el otoño. Pero todavía
hace un poco de calor. La temperatura perfecta para no transpirar
cuando hacemos el amor, y para taparnos con una simple sábana blanca
después, cuando terminamos. La pava hace un poquito de ruido, y yo, que estaba perdida entre alguna hendidura de claridad, vuelvo para apagar el fuego. La yerba ya está en el mate. Cebo el primero y
lo tomo (aunque mi papá siempre me decía que el primero se
escupía). Camino descalza de vuelta hacia la cama. Y vuelvo a sentir
tu olor, nuestro olor. El olor que quedó de nuestros cuerpos pegados
y dormidos. Me vuelvo a meter en la cama, y los pies se me enfriaron
porque anduve descalza por las baldosas de la cocina. Pero me gusta.
Intento no tocarte con ellos. Abrazo tu torso tibio, y te huelo, y te
respiro, y te doy besos chiquitos, todos juntitos, por tus hombros.
Te movés lentamente, y te empezás a dar cuenta de que soy yo, y que
acabás de amanecer. Podés sentir el mate en mi boca. Todavía tenés
los ojos cerrados, pero esbozás una sonrisa, porque vas a tomar unos
mates conmigo, en la cama. Sin hablar, sin pensar. Respirándonos,
sintiéndonos, tocándonos, mirándonos a veces, y también dándonos
algunos besitos. Buenos días, tomá un matecito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario