lunes, 11 de junio de 2012

Aurora

Aurora vive al sur. Ella no entiende de fines de semana: madruga todos los días. Excepto uno, que nunca sabe cuál será. Se levanta y se ata la larga cabellera negra a la nuca, con una goma blanca. Va automáticamente al baño, se lava la cara y se mira al espejo. Pasa lentamente los dedos por sus ojeras: no le gustan. Luego va hacia la cuna de su bebé, que duerme plácidamente panza arriba, con los brazos abiertos. Lo siente respirar profundamente y palpa que algo en lo más hondo de su alma le dice que lo deje dormir, en paz. Sin embargo, Aurora lo levanta y sale a la calle. Todavía está oscuro. Y hace frío. Pero los relojes dicen que algunos ya se tienen que levantar. Aurora envuelve a su niño en una manta celeste, de tela polar. Ya pesa porque tiene más de un año. Se sube al colectivo del barrio, y se baja cuarenta y cinco minutos después. Camina quince minutos y llega a la guardería estatal. Entra rápido y lo acuesta en una cuna libre, junto a otra veintena de cunas ocupadas en un gran dormitorio de bebés de madres trabajadoras. Algunas solteras, otras casadas, otras valientes divorciadas, algunas muy jóvenes y otras no tanto. Pero todas madres. Muy madres. Aurora le acaricia la mano a su bebé durmiente, lo mira con angustia, y se va. Cuatro pasos más lejos, se le hace un nudo en el estómago y vuelve la vista atrás, y se detiene. Y lo observa. Aurora no quiere, pero no tiene opción. Se gira y sigue su camino. Sube a otro colectivo, y cuando está amaneciendo, llega al hospital municipal. Entra. Saluda tímidamente, se pone su delantal, y empieza a limpiar. Aurora está cansada, angustiada, está aburrida y frustrada. En el hospital todos están tristes y las paredes huelen mal. Las puertas huelen a remedios, a lejía, a encierro y a dolor. Y Aurora barre. Y en el vaivén de la escoba, se pone a soñar. Ve una casita chiquitita, en el campo. Aurora se despierta sin alarmas, cuando el cuerpo se lo pide. Va a la cocina y corta en rebanadas el pan viejo de ayer, y lo mete al horno. Luego le pone manteca, o queso crema. Y mermelada. Y se toma un café caliente, mientras mira a través de la ventana los árboles flameando al viento. Y espera en el silencio de la mañana que su hijo comience a dar vueltas en su cuna, haciendo algunos tímidos ruidos para llamar la atención de los brazos de su mamá. Y Aurora se asoma también tímida a la puerta, para no alterar las pacíficas vibraciones de la mañana. Aurora y su hijo se miran a los ojos, se sonríen y se van a jugar. Su bebé le agarra los dedos de la mano. Y a veces se suelta y sale a caminar torpemente. Y agita sus brazos con emoción, y mira a su mamá. Está feliz, porque la huele al despertar. Y Aurora está feliz porque lo huele al despertar. Aurora sonríe entre los pasillos de un hospital gris, y huele a café y a pan horneado y a mañana y a paz y a felicidad.  

miércoles, 6 de junio de 2012

Tan real como irreal

4am.
El autobús que me lleva a mi cálido colchón toma repentinamente un desvío hacia el medio de la nada. Por un momento pienso que en breve retomará el camino habitual, pero el desvío nunca termina. Me bajo asustada y me encuentro completamente sola, en medio de un puente de lo que parece un desértico polígono de alguna parte de la zona tres del Este de Londres. Ningún cartel informativo y distancias largas. Un bello amanecer se me impone a la altura de la vista, pero yo lo único que quiero es hacer pis y meterme en la cama.
Sobreviví.
Estoy en casa.

lunes, 4 de junio de 2012

Federer VS Isabel II


Hoy fue el desfile de la Reina de Iglaterra, a través del río Támesis. Todo coincidió con mi turno de trabajo, y con el partido de Roland Garrós en París, que enfrentaba a R. Federer y Goffin. La verdad es que este año me re entusiasmé con el tenis, porque en el trabajo tenemos un gran TV sin volumen para los clientes, al cual acudo cuando no hay nada para hacer. Descubrí que ver un partido de tenis puede ser alucinante. Hoy domingo, contábamos con que no íbamos a trabajar mucho, entonces me mentalicé con que iba a ver mucho tenis, y a beber mucha agua con limón. Justo enfrente de la TV, se acomodaron en una mesa para seis, cuatro ingleses e inglesas. Perdón, mejor vamos a decir dos ingleses idiotas, y dos inglesas estúpidas. Explicaría el porqué, pero es que en este caso es muy complejo. Eran idiotas por muchos motivos. Confíen en mí. Eran completamente estúpidos.
Federer empezaba a jugar, y yo me empecé a entusiasmar. Ojeaba lo que mis clientes hacían, pero tenía margen para mirar el partido.
Aprovechando un cambio de set, me acerco a la mesa de los idiotas para atenderlos. Uno de ellos (con el cual antes habíamos entablado conversación), me dice, haciendo referencia a la TV:
_Ustedes, en Argentina, ¿tienen esto?
Yo lo miré un poco extrañada, y contesté,
_Claro, en Argentina también se juega al tenis.
Por un momento, al contestar esto, pensé que el idiota era incluso más idiota de lo idiota que yo pensaba que era. Entonces reaccionó,
_No, no, me refiero a la Reina.
Entonces, confusa, me di la vuelta para mirar la TV, y mi manager, bajo sugerencia de los idiotas, había cambiado un gran partido de tenis, por la retransmisión de la Reina de Inglaterra saludando a la gente que la observaba desde las orillas del Thames River. Entonces me giré al idiota:
_ Afortunadamente no. Aunque también tenemos cosas malas.
Y me fui con los platos a la cocina, dándome atropelladamente cuenta de la cagada que me había mandado.
Había, literalmente, con todas las letras y en mayúsculas, desde mi posición de argie (como acá llaman despectivamente a los argentinos), insultado el reinado inglés, en la cara, a cuatro ingleses (idiotas).
Entonces ya no tuve que seguir fingiendo simpatía cuando había quedado muy clara mi postura antimonárquica, o más, antimonárquicainglesa.
 Me avergoncé, porque es algo que nunca hubiera hecho si hubiera tenido todos mis sentidos despiertos. De todas formas, y con suerte, el idiota no captó mi acento, y no me entendió.