domingo, 16 de diciembre de 2012

martes, 11 de septiembre de 2012

Viste...?



Viste cuando de pronto refresca, 
en medio de una semana de pleno verano, 
y se levanta viento, 
y el cielo se pone negro, 
y huele a humedad aunque todavía no cayó una gota, 
y los pájaros vuelan desordenados entre las nubes, 
y querés que te agarre la tormenta llegando casa, 
para entrar mojada, y poner el agua para el mate, 
y darte un baño 
y mirar por la ventana cómo en la calle empieza a desaparecer la gente?


.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.



miércoles, 5 de septiembre de 2012

táctil


Un lago de agua helada.
Las hojas muy verdes de un árbol en pleno invierno, después de la lluvia.
La nariz mojada y fría. 
Los ojos vidriosos.
Los labios algo paspados y afiebrados.
Unos guantes de lana negra.
Unas calzas negras.
Botas de lluvia con medias de lana gorda.
Me mirás asomándote entre gorro y bufanda.
Puedo intuir la sonrisa debajo.
La estufa al lado de la alfombra.
La penumbra.
La tele prendida, con el volumen bajito.
       Dan una película de bajo presupuesto.
Una velita en la esquina.
Las seis de la tarde y el sol que se fue.
La pava que empieza a hacer ruido en la cocina.
Las galletitas arriba de la mesa.
Un invierno muy invernal,
que quedó afuera.
La ventana abierta.
La cama que nos espera,
pero nos hacemos rogar.

miércoles, 29 de agosto de 2012

sábado, 25 de agosto de 2012

Quise... y quise


Quise ser azafata
...y recorrer el mundo entero. Cada rincón. Todos.
Quise aprender todos los idiomas del mundo.
Quise ver muchos partidos deportivos. Tenis y fútbol sobretodo.
Quise ser nadadora profesional.
Quise ser periodista.
Quise ser futbolista, tenista, y profesional en gimnasia deportiva y patinaje.
Quise leer todos los libros de Borges, Benedetti, Allende, García Marquez, Umberto Eco, Becquer.
Quise leer fábulas y cuentos cortos.
Quise ser actriz. Y modelo.
Quise saber japonés, y escribir haikus a lo original.
Quise vivir en Cuba, Tailandia, Australia y EEUU.
Quise conocer a Dexter.
Quise ser pintora.
Quise escribir guiones y hacer películas.
Quise ir al gimnasio y tener un cuerpo perfecto.
Quise cuidarme la piel y darme baños relajantes todos los días.
Quise estar todo el tiempo con amigos, familia y novios.
Quise leer todos los blogs que me interesan.
Quise saber mucho de semiótica.
Quise ser bailarina en natación sincronizada.
Quise ver todas las películas del mundo.
Quise rescatar a todos los animales del maltrato.
Quise rescatar a todos los niños del maltrato.
Quise ser maestra.
Quise ser médico. Cirujana, Pediatra, Obstetra y Psicóloga Clínica.
Quise ser mamá de muchos hijos y vivir en medio del campo.
Quise saber bailar salsa, funky, rock, danza clásica y del vientre.
Quise ser voluntaria de varias ONGs.
Quise ser cantante y saber tocar el saxo, el piano, la guitarra, los timbales y el bajo.
Quise adoptar a todos los niños y animales abandonados del mundo.
Quise ser directora de cine y hacer videoclips.
Quise viajar durante mucho tiempo por China, India, Tailandia, Vietnam, Korea.
Quise rescatar a alguien de un edificio en llamas.
Quise decir todo lo que nunca dije.
Quise ser escritora.
Quise tantas cosas que me olvidé que tenía que elegir una.

jueves, 26 de julio de 2012

Me huele

























Por las calles olía a infancia tardía
a una adolescencia temprana
A primeros encuentros
y a los desencuentros
A mi primer amor
y a mi primer amigo
y al primer corazón roto
y también quizás al último

Olía a sangre derramada en un alma pura
y a las flores frescas de la primavera
que llegan con toda la humildad
del amor más sincero
Olía a madres de hijos
que piensan no necesitar a sus madres
A olvidos y a amistades abandonadas
perdidas en algún lugar del alma

Las calles olían a sensaciones que fueron enormes
y ahora descansan pequeñas, en algún rincón lejano
de un pasado cercano
A rejas oxidadas de ventanas cerradas
y a siesta y a paella
y al tinto veraniego aguado con hielo
Olía al cuero de un balón, caliente del sol
olvidado en la quietud de la plaza

Las calles olían a sandalias y perfumes baratos
y a cabellos mojados al viento
olían a sal de mar y a sal de mesa
echada en una ensalada fresca
a vos y yo (mezclados) en la madurez del hoy
y también en la juventud del ayer
olía a la acogida de una segunda madre
y a la de un primer padre

Las calles de Palma de Mallorca huelen a vejez
y a olvido
y a la melancolía que se me forma
al sentir que algo se ha perdido
en las calles de ese lugar
que huelen a muchas cosas.

martes, 3 de julio de 2012

Al personal que proceda



Al señor que diseña los asientos en la compañía Megabus,

Desde mi humilde opinión como viajera, posición desde la cual mi parecer a usted debiera interesarle, me encantaría hacerle saber alguno de mis pensamientos. De hecho, no sólo me encantaría, sino que se me hace imposible de evitar.
A usted cuando una compañía le encarga el diseño de un asiento, le explica las características del autobús, el espacio con el cuenta, a qué tipo de viajero se enfrenta, los servicios que da la compañía, y supongo que un etcétera. Pero comencemos por estos, que son los que me interesan.
Megabus, compañía de autobuses que da servicio de bajo coste de viajes de larga distancia a nivel europeo y en EEUU (entiéndase viajes largos, como por ejemplo, de nueve horas) tiene como clientes habituales estudiantes y jóvenes licenciados en paro o a veces con un sueldo mínimo (es decir gente jodida económicamente). Dispone de trece metros de largo y seis de ancho (libres, es decir, disponibles solamente para los asientos) en los que debe colocar quince filas de cuatro asientos cada una (se sobrentiende que debe haber un pasillo, por el cual moverse a través del colectivo). Y si no se sobrentiende, sépalo.
Imagino que ustedes tendrán modelos, ya diseñados. Entiendo, pero ¿en qué momento se diseñaron tan erróneamente, esos asientos? Entiendo que los hizo un gran hijo de puta, que se acababa de levantar, de muy mala onda, y dijo “así está bien”. Y todos los hijos de puta que vinieron detrás ni siquiera se plantearon cuestionarse si dichos asientos se podían o no mejorar. Porque “el señor mala onda, aunque de mala onda, es muy bueno”. Y así, sesenta años después, la gente hace largos recorridos en autobuses de asientos incómodos, cuando podrían ser muy cómodos.
Quiero ofrecerles mi consejo. Es muy humilde, pero no tardarán mucho en leerlo. Incluso creo que tampoco tardarán mucho en cuestionarse si los asientos que tienen son o no son realmente mejorables.
En primer lugar, sus asientos son reclinables. Perfecto. Me parece perfecto. En viajes de largo recorrido la gente duerme, y necesita relajarse, por ende, es un acierto enorme que el asiento se incline hacia atrás. Pero podrán ustedes notar, que cuando uno reclina el asiento, el dicho se mueve hacia atrás, cinco grados. Digámoslo claramente: nada. Se podría incluso decir que los asientos no son reclinables. A mi, me parece que la diferencia de coste entre fabricar una rosca que recline el asiento cuarenta grados hacia atrás, en lugar de cinco, es exactamente lo mismo. Si hablamos de espacio, puede que encontremos un problema, porque obviamente, detrás tenemos una persona, por tanto el asiento no puede reclinarse interminablemente. Entiendo. Pero estoy segura de que podemos encontrar un punto medio, en el cual tanto el viajero de delante como el de detrás (que no quiera reclinarse), puedan estar completamente cómodos. Ambos viajeros, de delante y de detrás, lo agradecerán.
En segundo lugar, podemos hablar de la curvatura del respaldo. Está mal hecha. Así de simple. Creo que ustedes no estudiaron la columna vertebral humana. O lo hicieron muy mal. O al fisioterapeuta o kinesiólogo (o el experto que proceda) que contrataron, no estudió nada en la universidad, se hacía siempre machetes y pasaba los exámenes sin saber de lo que hablaba. ¿por qué, la parte donde reposa la cabeza, sobresale hacia adelante, provocando que el cuello humano se curve de forma cóncava, y por tanto, nunca se relaje? ¿Por qué la parte donde reposan las lumbares es cóncava, de manera que también nuestra columna se retuerce? Si juntamos que la parte de la cabeza sobresale, y la parte de la espalda es cóncava en lugar de convexa, están ustedes, señores profesionales, empujándonos a convertirnos en bichos bolita. Entiendo que la diferencia de precio entre hacer la curvatura de una forma o hacerla de otra, es completamente nula.
En tercer lugar, el propiamente dicho asiento, es decir, donde se apoyan nalgas y muslos, está hecho para gente enana. Y miren que yo mido ciento sesenta centímetros o ciento sesenta y cinco, no más. Me cabe un cuarto de mis extremidades inferiores, de manera que el resto cuelga. Así, el borde del asiento hace presión en la parte media de mis muslos, y los pies se me acalambran porque la sangre no me circula. De esa manera se me hinchan, porque la sangre se acumula, y las zapatillas me molestan enormemente. Y las normas del autobús no dejan que me las quite. Por tanto, además de provocarme varices, me obligan a infringir.
En cuarto lugar, y creo que último, (ya que no quiero pasar la línea de lo pedante, además de que ya con estos cuatro puntos, el asiento mejora ampliamente la calidad), el material es totalmente desacertado. ¿Tapiz? Tan poco higiénico y tan jodidamente caluroso en verano... En fin. Puedo entender que en este caso, el precio juegue un papel muy importante. Y tampoco puedo aportar opciones porque desconozco. Contraten a alguien que sepa. Contraten a alguien tan apasionado por las telas, que pueda recomendar algo novedoso. Incluso podrían ser los primeros en incluir algo bueno que nunca nadie haya hecho antes. Y el mundo los conocería como “Megabus, los que innovaron en asientos después de sesenta años de estancamiento”. Y los viajeros del mundo los amarían.
Gracias, desde ya, por la lectura,
yo y miles de viajeros se lo agradeceremos.
Piénsenlo, lo que es bueno para nosotros, es bueno para ustedes. Deberían creérselo, es muy cierto.
Gracias otra vez,
atentamente


Alguien

lunes, 11 de junio de 2012

Aurora

Aurora vive al sur. Ella no entiende de fines de semana: madruga todos los días. Excepto uno, que nunca sabe cuál será. Se levanta y se ata la larga cabellera negra a la nuca, con una goma blanca. Va automáticamente al baño, se lava la cara y se mira al espejo. Pasa lentamente los dedos por sus ojeras: no le gustan. Luego va hacia la cuna de su bebé, que duerme plácidamente panza arriba, con los brazos abiertos. Lo siente respirar profundamente y palpa que algo en lo más hondo de su alma le dice que lo deje dormir, en paz. Sin embargo, Aurora lo levanta y sale a la calle. Todavía está oscuro. Y hace frío. Pero los relojes dicen que algunos ya se tienen que levantar. Aurora envuelve a su niño en una manta celeste, de tela polar. Ya pesa porque tiene más de un año. Se sube al colectivo del barrio, y se baja cuarenta y cinco minutos después. Camina quince minutos y llega a la guardería estatal. Entra rápido y lo acuesta en una cuna libre, junto a otra veintena de cunas ocupadas en un gran dormitorio de bebés de madres trabajadoras. Algunas solteras, otras casadas, otras valientes divorciadas, algunas muy jóvenes y otras no tanto. Pero todas madres. Muy madres. Aurora le acaricia la mano a su bebé durmiente, lo mira con angustia, y se va. Cuatro pasos más lejos, se le hace un nudo en el estómago y vuelve la vista atrás, y se detiene. Y lo observa. Aurora no quiere, pero no tiene opción. Se gira y sigue su camino. Sube a otro colectivo, y cuando está amaneciendo, llega al hospital municipal. Entra. Saluda tímidamente, se pone su delantal, y empieza a limpiar. Aurora está cansada, angustiada, está aburrida y frustrada. En el hospital todos están tristes y las paredes huelen mal. Las puertas huelen a remedios, a lejía, a encierro y a dolor. Y Aurora barre. Y en el vaivén de la escoba, se pone a soñar. Ve una casita chiquitita, en el campo. Aurora se despierta sin alarmas, cuando el cuerpo se lo pide. Va a la cocina y corta en rebanadas el pan viejo de ayer, y lo mete al horno. Luego le pone manteca, o queso crema. Y mermelada. Y se toma un café caliente, mientras mira a través de la ventana los árboles flameando al viento. Y espera en el silencio de la mañana que su hijo comience a dar vueltas en su cuna, haciendo algunos tímidos ruidos para llamar la atención de los brazos de su mamá. Y Aurora se asoma también tímida a la puerta, para no alterar las pacíficas vibraciones de la mañana. Aurora y su hijo se miran a los ojos, se sonríen y se van a jugar. Su bebé le agarra los dedos de la mano. Y a veces se suelta y sale a caminar torpemente. Y agita sus brazos con emoción, y mira a su mamá. Está feliz, porque la huele al despertar. Y Aurora está feliz porque lo huele al despertar. Aurora sonríe entre los pasillos de un hospital gris, y huele a café y a pan horneado y a mañana y a paz y a felicidad.  

miércoles, 6 de junio de 2012

Tan real como irreal

4am.
El autobús que me lleva a mi cálido colchón toma repentinamente un desvío hacia el medio de la nada. Por un momento pienso que en breve retomará el camino habitual, pero el desvío nunca termina. Me bajo asustada y me encuentro completamente sola, en medio de un puente de lo que parece un desértico polígono de alguna parte de la zona tres del Este de Londres. Ningún cartel informativo y distancias largas. Un bello amanecer se me impone a la altura de la vista, pero yo lo único que quiero es hacer pis y meterme en la cama.
Sobreviví.
Estoy en casa.

lunes, 4 de junio de 2012

Federer VS Isabel II


Hoy fue el desfile de la Reina de Iglaterra, a través del río Támesis. Todo coincidió con mi turno de trabajo, y con el partido de Roland Garrós en París, que enfrentaba a R. Federer y Goffin. La verdad es que este año me re entusiasmé con el tenis, porque en el trabajo tenemos un gran TV sin volumen para los clientes, al cual acudo cuando no hay nada para hacer. Descubrí que ver un partido de tenis puede ser alucinante. Hoy domingo, contábamos con que no íbamos a trabajar mucho, entonces me mentalicé con que iba a ver mucho tenis, y a beber mucha agua con limón. Justo enfrente de la TV, se acomodaron en una mesa para seis, cuatro ingleses e inglesas. Perdón, mejor vamos a decir dos ingleses idiotas, y dos inglesas estúpidas. Explicaría el porqué, pero es que en este caso es muy complejo. Eran idiotas por muchos motivos. Confíen en mí. Eran completamente estúpidos.
Federer empezaba a jugar, y yo me empecé a entusiasmar. Ojeaba lo que mis clientes hacían, pero tenía margen para mirar el partido.
Aprovechando un cambio de set, me acerco a la mesa de los idiotas para atenderlos. Uno de ellos (con el cual antes habíamos entablado conversación), me dice, haciendo referencia a la TV:
_Ustedes, en Argentina, ¿tienen esto?
Yo lo miré un poco extrañada, y contesté,
_Claro, en Argentina también se juega al tenis.
Por un momento, al contestar esto, pensé que el idiota era incluso más idiota de lo idiota que yo pensaba que era. Entonces reaccionó,
_No, no, me refiero a la Reina.
Entonces, confusa, me di la vuelta para mirar la TV, y mi manager, bajo sugerencia de los idiotas, había cambiado un gran partido de tenis, por la retransmisión de la Reina de Inglaterra saludando a la gente que la observaba desde las orillas del Thames River. Entonces me giré al idiota:
_ Afortunadamente no. Aunque también tenemos cosas malas.
Y me fui con los platos a la cocina, dándome atropelladamente cuenta de la cagada que me había mandado.
Había, literalmente, con todas las letras y en mayúsculas, desde mi posición de argie (como acá llaman despectivamente a los argentinos), insultado el reinado inglés, en la cara, a cuatro ingleses (idiotas).
Entonces ya no tuve que seguir fingiendo simpatía cuando había quedado muy clara mi postura antimonárquica, o más, antimonárquicainglesa.
 Me avergoncé, porque es algo que nunca hubiera hecho si hubiera tenido todos mis sentidos despiertos. De todas formas, y con suerte, el idiota no captó mi acento, y no me entendió.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Quién es quién


Voy de camino al trabajo en el autobús, y veo que sube una mujer musulmana. Usa un Niqab, por lo que sólo se le ven los ojos. Avanza hacia el final del autobús y pasa por mi lado. Sus ojos miran al fondo del colectivo, y delatan una sonrisa por debajo de las telas: está sonriendo a alguien que está detrás de mí.
Entonces pienso, ¿cómo puede reconocer a nadie con tanta tela? Y después me doy cuenta: ¡es al revés!, ¿cómo pueden reconocerla a ella? 
Yo no sería capaz de distinguir a una de otra. Y se darían situaciones como ¡Hola Rahana! ¿Cómo estás hoy? Y ella, no vuelvas a hablarme en tu vida. Y yo me quedaría muy sorprendida por la reacción de Rahana. No entendería por qué Rahana se comportó así, hasta que me encontraría con la verdadera Rahana, que me saludaría cálidamente. (Yo, una vez más, no la reconocería, pero alguien la llamaría por su nombre). Entonces pensaría que o bien Rahana está loca y un día me saluda mal y otro me saluda bien, o bien yo metí la pata y confundí dos musulmanas. Tras cinco minutos de deliberación, me decantaría por pensar que yo me despisté, y comenzaría una investigación para saber a cuál de todas confundí con Rahana, y ya no me habla.
Algo similar me sucede con los orientales. Yo las películas de Kurosawa no las entiendo, no por su carga simbólica (que bueno, a veces también, pero no es el tema ahora mismo), sino porque a veces no se si es que el malo se volvió bueno, o el bueno empezó a contagiarse; o si la niña de diez años creció de golpe y es una elipsis temporal, o si se trata de su hermana mayor. O de su prima, o similar.
De todas formas, lo de los orientales es un tema; y lo de las musulmanas, otro.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Rebeca


Tengo una nueva inquilina. Desde hoy se llama Rebeca. Tiene ocho patas. O quizás solo seis, y las otras dos sean manos. En realidad a mi me parece que son manos. Es marrón, levemente peluda, y valiente. Se asusta poco, y las pocas veces que se ve en peligro, se queda quieta para no llamar la atención. Ella piensa que me engaña, pero no. La verdad es que no me gusta este tipo de insecto, pero simplemente existe, como existo yo. Quizás yo a ella no le guste tampoco, pero tiene que acostumbrarse a que yo existo. Pensé en invitarla a salir de mi habitación, pero se la ve muy feliz. Y yo tampoco me veo capaz de decidir sobre la vida de otro ser. Si ella es feliz, ¿quién soy yo para echarla? Ni siquiera la propietaria de este refugio. En cuyo caso tampoco tendría el derecho moral de hacerlo. Lo cierto es que nos respetamos mutuamente, y ya con eso, tiene su estancia ganada. Lo único que temo, es hacerle daño sin querer. Porque se esconde en sitios que yo cotidianamente uso, como por ejemplo, entre los pliegues de la cortina que subo y que bajo, por la mañana y por la noche respectivamente. Yo no sabría pedirle perdón, porque creo que todavía no nos entendemos muy bien. Entonces temo que si se enfada, decida venir por las noches a mi cama, a intentar hacerme daño. No lo conseguiría, porque es muy pequeña. Pero el hecho de que por las noches camine sobre mí, mientras duermo, no me hace gracia ninguna. Porque hasta la actualidad, sólo soy capaz de compartir cama con algunos (muy pocos) seres de mi misma especie. Al fin y al cabo, superando estos casos hipotéticos, y aunque quizás sólo de momento, creo que Rebeca es feliz, y por tanto no tengo de qué preocuparme.  

domingo, 13 de mayo de 2012

En algún planeta todavía desconocido...



Me despierto y veo que todavía dormís. Mi brazo derecho está abajo tuyo, estoy de costado, con mi cabeza apoyada en la parte baja de tu pecho. Vos estás boca arriba. Algunas partes de nuestras piernas se tocan, y tenemos la piel tibia. Olemos a dormidos, y todo está muy en silencio. Alguna claridad se escapa entre las hendijas de la persiana, pero no puedo saber si está nublado o hace sol. Tampoco se si llueve, porque no puedo escuchar nada. Imagino que llueve. Me desenredo de las sábanas, y de vos. Me levanto silenciosamente y voy a la cocina. Pongo el agua, y mientras se calienta voy al baño. Vuelvo y preparo el mate. Estoy entre las sombras de lo que parece un mediodía del final del verano, cuando empiezan las lluvias y se empieza a intuir el otoño. Pero todavía hace un poco de calor. La temperatura perfecta para no transpirar cuando hacemos el amor, y para taparnos con una simple sábana blanca después, cuando terminamos. La pava hace un poquito de ruido, y yo, que estaba perdida entre alguna hendidura de claridad, vuelvo para apagar el fuego. La yerba ya está en el mate. Cebo el primero y lo tomo (aunque mi papá siempre me decía que el primero se escupía). Camino descalza de vuelta hacia la cama. Y vuelvo a sentir tu olor, nuestro olor. El olor que quedó de nuestros cuerpos pegados y dormidos. Me vuelvo a meter en la cama, y los pies se me enfriaron porque anduve descalza por las baldosas de la cocina. Pero me gusta. Intento no tocarte con ellos. Abrazo tu torso tibio, y te huelo, y te respiro, y te doy besos chiquitos, todos juntitos, por tus hombros. Te movés lentamente, y te empezás a dar cuenta de que soy yo, y que acabás de amanecer. Podés sentir el mate en mi boca. Todavía tenés los ojos cerrados, pero esbozás una sonrisa, porque vas a tomar unos mates conmigo, en la cama. Sin hablar, sin pensar. Respirándonos, sintiéndonos, tocándonos, mirándonos a veces, y también dándonos algunos besitos. Buenos días, tomá un matecito.  

domingo, 22 de abril de 2012

Domingodíalibreenfamilia



Debo de ser una de las pocas que hoy, domingo, no está de resaca, o con la familia y/o domingueando por ahí.
La verdad es que en el trabajo se empeñan en dejarme bien cansadita, para robarme las ganas de hacer algo en mi día libre. (Que justamente es domingo: no recuerdo cuándo fue el último domingo que tuve libre). 

Lo único que quiero es disfrutar de mi cama, mis harapos (nunca tengo pijama, lo cierto es que acabo de percatarme de que soy enemiga de ellos) y mi mate (SI! Mi mate... ¡qué ganas!). Mi ventana hoy me muestra un cielo límpido (después de varios días de una lluvia indecisa), y me acerca débiles sonidos de las calles domingueras de Londres, los pajaritos agradeciendo los primeros signos de primavera (aunque la primavera haya empezado hace ya un mes) y alguna bocina impaciente. No se exactamente de dónde, pero el olor a comida casera invade mi habitación. Y eso me provoca nostalgia, porque yo hoy no tengo comida casera. La verdad es que ni siquiera tengo comida, porque no fui al supermercado. Hoy es veintinueve, vamos a comer ñoquis a la casa de la abuela Lila, es lo que retumba en mi cabeza... y me hace doler (aunque los hiciera demasiado blanditos y el tuco con mucho aceite).

Tengo un bollo de ropa a mi lado. Hace varias semanas aprehendí la costumbre de desnudarme a la noche y dejar la ropa tirada en la alfombra. Merezco descansar... ya ordenaré mañana es lo que pienso continuamente. Y la verdad es que mañana me maldigo por no haber ordenado ayer, y así sucesivamente lucho conmigo misma. Una lucha de pensamientos, nada más. Bien poderosa. De esas traumáticas, porque ¿yo soy la que quiere ordenar mañana, o la que quiere ordenar ayer? Y nunca me decido.

Y todo me lleva a reflexiones que no quiero tener. Hace bastante tiempo que vengo amasando la idea de que la vida me robó la capacidad de relajarme. Últimamente es una idea que me abruma bastante más. Vivo apurada desde que trabajo y estudio al mismo tiempo, y hoy, domingo, día libre, vivo con prisas también, aunque no tenga horarios.

Melevantopongoelaguaymientrassecalientapongoropaalavarmientrasselavamebañomientrasmebañomelavolosdientes.

Me acostumbré a la vida con prisas, entonces es muy difícil vivir un día sin prisas, aunque no haya prisas. Y eso me trauma. La vida es mecánica, no orgánica; somos máquinas, no personas, pienso. Yo creo que es terrorífico, y más terrorífico aún, es pensar que yo misma formo parte de eso.
Cuando no quiero (que ya es el detonante).
Cuando claramente no quiero, y soy consciente de ello.
Son reflexiones que no quiero tener, porque la conclusión es que no tengo solución. O quizás la tengo y no estoy preparada para afrontarla. La verdad es que creo que la tengo y me da miedo afrontarla.
¿En qué quedamos?
Terminodeescribirmecebounmatemientrasmelotomopongolasegundatantaenellavarropasmientrasselavatiendolaprimeramientrastiendomecebootromatemientraslotomotebuscoyteespero.

jueves, 29 de marzo de 2012

El deporte hace mal


Tras un intento frustrado hace tres años, un mes de meditación acerca del tema, un par de kilos de más desde que dejé de fumar y un exceso de energía acumulada, decidí que iba a empezar a correr. El barrio de Londres donde vivo tiene rincones alucinantes para ir a correr, con sonido a silencio imperturbable para escuchar mientras se me agita la respiración.
Empecé y lo hice durante un mes. Y me gustaba. Yo no lo podía creer, pero me gustaba. El aire me daba en la cara, y mis ojos se perdían en un cielo rayado de naranja, violeta, azul y blanco. Mis piernas se reían hasta llorar, y sentía cómo después los latidos de mi corazón se equilibraban.


Después de un mes corriendo 4 veces a la semana, las piernas me emepezaron a doler mucho. Seguí corriendo, porque parecía que cuando el músculo entraba en calor, dejaba de quejarse. Pero durante el día, cuando estaba en frío, no podía ni correr el autobús.
Sin exagerar ni un poquito.
Las piernas me dolían tanto, que tuve que abandonar. Recientemente en mi visita a España, fui a un fisioterapeuta de confianza. Y pareció ser, que estaba lesionada. ¡Pero si sonaba hasta profesional! Yo, como corredora, me había lesionado las piernas de la forma más común que los corredores se lesionan. Una lesión bien hija de puta, de esas difíciles de detectar, difíciles de tratar, y difíciles de prevenir.
Cuando yo le expliqué a Sergio (el fisioterapueta) dónde y cómo me dolía (de la manera más clara que pude), el lo detectó al toque.
“Claro”, dijo, “vos tenés lesionados el paracleto superior izquierdo fractario, el platenco lacteroto lateral y el clamoncio terciario del quinto superior a la izquierda”. O algo así.
“Ah, sí, claro”. Le dije yo.
Me invitó a desvestirme y a acostarme en la camilla.
“Qué lindo pensé”, mientras escuchaba una música muy relajante, y olía a aceites esenciales.
“Bueno, esto duele mucho”. Me alarmó. Y prosiguió a hacer con mis amadas piernitas, lo que se hace con las naranjas y el exprimidor por las mañanas en el desayuno. Sin exagerar ni un poquito.
Casi lloro. Sin exagerar ni un poquito. No lo hice porque me daba vergüenza.
Pateleé, grité, transpiré... Me hizo tanto mal, que ya no puedo mirarlo a la cara.

Dos sesiones de masajes después (o debería inventarme otro nombre algo así como “tortura muscular bajo pago y consentimiento del pelotudo de turno”) debo decir que efectivamente Sergio es un gran masajista (o torturador muscular bajo pago y consentimiento del pelotudo de turno), y ya puedo correr el autobús: lo único que voy a correr en mi vida de ahora en más.
“No le cojas miedo” me dijo él “tú espera un par de semanas y empieza a entrenar otra vez”.
“Si, si” le dije yo, pero ahí sí que estaba mintiendo.
Guardé las zapatillas en un cajón, y ahora me dedico mirar a los corredores por la calle y pensar: “la que te espera”.

viernes, 17 de febrero de 2012

Tan Artificial...

A veces me pregunto si debería empezar a comportarme como una señorita. Porque a los veintitrés años se es una señorita. 
Entonces me pregunto si debería empezar a pintarme los labios, y ponerme zapatos con tacón, e ir a hacer los mandados, e irme de compras, y depilarme los tres pelos rubios del labio superior, e ir a la peluquería una vez al mes para que me corte las puntas, que se ven muy feas, y también a la esteticista para que me haga las cejas y me las deje dibujadas y me depile toda, y hacerme baños de crema hidratante en el pelo, y exfoliarme la piel, y quizás también pienso que debiera empezar a usar algún perfume y alguna crema hidratante para embadurnarme entera cuando salgo de la bañera.


Después dejo de preguntarme todas esas cosas, y me siento mucho mejor.

sábado, 11 de febrero de 2012

Frío y verde infinito


Salgo de mi casa. El aire está helado y me quema la piel interior de la nariz. Veo una mujer negra obesa, que le cuesta caminar y la suela de sus zapatos están muy desgastadas. Veo tres niños negros que se saludan unos a otros y sigue cada cual su camino. Veo los ojos negros de una musulmana, asomar entre muchas telas negras. Sigo caminando y la gente se va diluyendo, y los sonidos apagando, y las ramas secas del invierno van asomando entre huecos y verjas. Un camino embarrado infinito me dirige al infinito verde.
Sigo caminando. Ahora ya no tengo frío.
El silencio es ensordecedor. Y más allá de las verjas negras y algunas chimeneas inglesas humeantes, parece haber nada. Cada vida hogareña transcurre detrás de las paredes. Y yo las intuyo. Veo dos jóvenes que amanecen y salen al jardín helado para entrar en calor, con una taza de café y un cigarrillo. El humo y el vapor se mezclan, haciendo visible la briza mañanera, y llegan a mi nariz solitaria. Algunas débiles voces puedo oír a lo lejos, y dos gatos maullando, parecen charlar. Me asusto. Una señora albina pasea con un perro de raza dudosa. Y una botella de plástico vieja, machacada y mordida va de acá para allá, raspándose contra asfalto y barro. Ella patea suavemente la botella y el perro la recibe entusiasmado. Camina juguetón dos pasos y la deja caer. Los pies de su ama la alcanzan y vuelven a patear, y el perro vuelve a recibir. Y así caminan juntos entre la neblina de las diez de la mañana.
Cuando creo que mi camino está terminando, veo más senderos por delante de mis zapatillas. Entonces entiendo el infinito.
Empiezo a correr, y los pulmones se me dilatan. El aire helado ahora me quema los bronquios. Me duele. Sigo corriendo y un señor canoso me sonríe. Sigo corriendo. Escucho algunas bocinas a lo lejos e inmediatamente cierro los oídos. Las chimeneas siguen humeando, los gatos siguen charlando y las ramas cada vez están más secas. Sigo corriendo. Respiro mucho. Tengo calor y estoy cansada.
Llego al cementerio y el silencio se multiplica. Ya pasó un rato largo. Dejo de correr, pero sigo caminando rápido. Me late la cabeza y tengo los ojos hinchados (creo).
Entonces, decido volver a casa. Me voy recuperando poco a poco, y siento suaves cosquillas en las piernas. Me tiemblan un poco. Ya empiezo a sentir otra vez el frío entrar por el hueco de mi espalda. La rama del parque de mi casa intenta, como siempre, sacarme un ojo. Como siempre, la esquivo tarde y me raspo el párpado. Un hombre con capucha me tira un beso en el aire, pero yo estoy transpirada, despeinada y agitada. Llego a casa, pongo el agua para el mate, me saco la ropa, y me voy a la bañera.  

martes, 7 de febrero de 2012

sábado, 4 de febrero de 2012

Hoy no entiendo nada






Tengo necesidad de escribir, pero no me veo capaz de poder hacerlo.







Pero no entiendo cómo Google pretende dar aquello exacto en el momento exacto a cada persona del mundo entero.
¿No es demasiado? O mejor dicho... ¿no es demasiada mentira?

Ni siquiera yo pidiendo directamente -“quiero X”- podría ser totalmente exacta.













martes, 24 de enero de 2012

Tengo ganas...


Tengo ganas de sentarme, y tomar mate toda la tarde, con amigos. Y que entre el solcito por la ventana. Y comer galletitas, o en el mejor de los casos, facturas. O agarrar el monederito para ir a comprar unos miñones, y jamón cocido, y queso, para hacer unos sanguchitos. Y decirle a panadero “Buenos días”.

Tengo ganas de salir por la puerta sin bolso ni campera. Subirme a la playera amarilla e ir a la casa de mi abuela. Jugar unas cuncas, tomar unos mates muy dulces -aunque sólo le gusten a ella- y escucharla decir “tirame una linda tamarita”.


Tengo ganas de que se hagan las siete de la tarde, y, cansada y mugrienta por la Escuela nº7, Inglés, Teatro, Conservatorio de Música, Centro de Educación Física nº12, subirme a la bicicleta para volver a casa. Y que diez metros después, Negrita me pare para darme fruta fresca, y “muchos cariñitos a la familia”.

Tengo ganas de atravesar la ciudad, y ver a las abuelas en la vereda tomando el fresco, y a los nenes jugar a la bolita en el cordón de la calle, y a las nenas al elástico -o de vez en cuanto a la soga- y ver fititos blancos, azules, amarillos y colorados. Y pasar las calles sin miedo y sin tener que mirar a la izquierda o a la derecha.

Tengo ganas de llegar a Las Tejas y ver a Celeste a través de la ventana del living, viendo televisión, y cruzarme a Marta y saludarla. Y ver a Tati saludarme a lo lejos, desde la esquina, con sus amigos.
Tengo ganas de entrar en Alejandro Báncora 322, dejar la bicicleta tirada, y ver a mi mamá cantando “Hola Susana” y oler a pastel de papas y preguntar “má, ¿qué hay para comer?”. Tengo ganas también de ver a través de la ventana de la cocina, a Alicia, Pilar y Gerónimo, cenando.
Tengo ganas de subir las escaleras corriendo, dejar las cosas de la escuela, y mirar por la ventana y ver las Tres Marías en el cielo. Y oler a pasto.
Tengo ganas de bañarme y después, con el pelo mojado, sentarme a cenar con Elvira, Adrián y Facundo. Y ver a Valentín en su silla, morfar zapallo pisado desesperado, hambriento.
Tengo ganas de tirarme en el sillón blanco, y ver televisión con la panza llena, y empezar a sentir sueño. Tengo ganas de pelearme un ratito con Facundo, y después amigarme.

Tengo ganas de irme a la cama, y, algunas horas más tarde escuchar el titiriri titiriri del despertador barato de la esquina. Y bajar las escaleras somnolienta y hacerme un café de filtro en la cafetera blanca y comer tostadas caseras con mermelada, y ver La vida Moderna de Roco, y agarrar la bicicleta, y volver a empezar.

Tengo ganas de Chivilcoy, de familia, de rutina, de hogar.

jueves, 5 de enero de 2012

Hogar, curry y Lunguis a lo loco

Bangladesh
Falda masculina
Lungui / sarong

Hoy hace 3 noches que finiquité relación con los hostales. Ahora comparto piso con una amable familia de Bangladesh, en el barrio de Caning Town, y huelo a curry todo el día. Debo de ser una de las pocas blancas en Londres que huele a curry. Procuro tener ropa que sólo uso cuando estoy adentro (cosa difícil cuando se vive con unas 5-6 mudas), procuro también tener siempre la puerta de mi dormitorio cerrada, y procuro hacerme la solidaria con la religión, y andar con un pañuelo en la cabeza cuando estoy dentro (esto es mentira la mayoría de las veces).
Me han dicho que suelo ser buena para encontrar buenas oportunidades... y empiezo a creérmelo, porque single room, cama de 2 plazas, buena zona, linda casa, muy barato... es un gran chollo.
La verdad es que estoy felizmente sorprendida de mi capacidad de adaptación.
Hoy es mi día libre y me toca dedicarlo a las tareas hogareñas: no tengo comida ni ropa limpia. Hoy por la mañana me levanté sobre las 11, deseosa de unos ricos mates. En la cocina estuve charlando con uno de los chicos con los que comparto piso. Se llama de una forma muy extraña que me veo incapaz de recordar. Es nuestro segundo encuentro, y la segunda vez que le pregunto su nombre. Algo así como Sharubro, o... no se. Le dije que lo sentía, que seguramente en un futuro cercano iba a tener pedir que me lo repitiera. Tiene unos 37 años, y parece de unos 25, máximo. “Gracias Tamara, muchas gracias”, me dijo ilusionado. Él puede recordar fácilmente mi nombre porque dice que en su país, muchas mujeres se llaman así, “con muchas A”.
Usa un pulóver estampado a lo hippie, con el típico lungui -falda masculina bangladesí-, pero a cuadros (una mezcla fascinante). Aunque se ve que para andar por casa, en lugar de esta falda, se ponen como una tela (más bien sábana) enroscada en la cadera. Mi primera hipótesis (y me la juego al decirla) fue que así como ellas se “esconden” con al vestimenta, ellos debían también disimular su cuerpo, y por eso usaban una falda por encima del pantalón. Sin embargo, tuve que refutarla, al ver que habitualmente colocan su mano en su órgano reproductor para “calzar” la tela entre las piernas, básicamente marcando paquete. Desde entonces, no entiendo nada y dejo de crear hipótesis. 
Está haciendo un máster de un año, por lo que al terminarlo tiene pensado volver a Bangladesh, ya que lo están esperando en su trabajo. Debe de tener mucha plata porque además de que Londres es caro para estudiar y vivir, él no trabaja. En Dhaka tiene a su esposa, que no pudo acompañarlo en su viaje, porque trabaja. Él siempre soñó con venir a Londres o viajar a EEUU. Ahora su sueño, dice, se hizo realidad. Me estuvo hablando de la política de Cristina en Argentina, a lo que mis ojos se abrieron enormemente ante sorpresa de tal calibre. Me contó que los pendejos en Bangladesh aman el fútbol argentino por encima de cualquiera, que las banderas argentinas flamean en los balcones cuando juega nuestra selección, y que sueñan con conocer a Maradona, con parecerse a él, o con por lo menos, verlo jugar. Dice que es un país muy grande que le encantaría conocer. Recientemente estuvo viajando por Asia: Vietnam, Emiratos Árabes Unidos, Malasia, Tailandia... Y lo envidié bastante.
Mientras esto sucedía, a mí se me terminaba el agua, él me enseñaba a cocinar el arroz con curry como lo hacen en Bangladesh, y yo me iba impregnando de olores extraños. Al final me tuve que ir a hacer cosas, nos desencontramos, y ahora no se cómo terminar el arroz con curry.
Suficiente por hoy, acabo de encontrar una cantidad de fotos interesantísimas en internet, que voy a mirar.