sábado, 11 de febrero de 2012

Frío y verde infinito


Salgo de mi casa. El aire está helado y me quema la piel interior de la nariz. Veo una mujer negra obesa, que le cuesta caminar y la suela de sus zapatos están muy desgastadas. Veo tres niños negros que se saludan unos a otros y sigue cada cual su camino. Veo los ojos negros de una musulmana, asomar entre muchas telas negras. Sigo caminando y la gente se va diluyendo, y los sonidos apagando, y las ramas secas del invierno van asomando entre huecos y verjas. Un camino embarrado infinito me dirige al infinito verde.
Sigo caminando. Ahora ya no tengo frío.
El silencio es ensordecedor. Y más allá de las verjas negras y algunas chimeneas inglesas humeantes, parece haber nada. Cada vida hogareña transcurre detrás de las paredes. Y yo las intuyo. Veo dos jóvenes que amanecen y salen al jardín helado para entrar en calor, con una taza de café y un cigarrillo. El humo y el vapor se mezclan, haciendo visible la briza mañanera, y llegan a mi nariz solitaria. Algunas débiles voces puedo oír a lo lejos, y dos gatos maullando, parecen charlar. Me asusto. Una señora albina pasea con un perro de raza dudosa. Y una botella de plástico vieja, machacada y mordida va de acá para allá, raspándose contra asfalto y barro. Ella patea suavemente la botella y el perro la recibe entusiasmado. Camina juguetón dos pasos y la deja caer. Los pies de su ama la alcanzan y vuelven a patear, y el perro vuelve a recibir. Y así caminan juntos entre la neblina de las diez de la mañana.
Cuando creo que mi camino está terminando, veo más senderos por delante de mis zapatillas. Entonces entiendo el infinito.
Empiezo a correr, y los pulmones se me dilatan. El aire helado ahora me quema los bronquios. Me duele. Sigo corriendo y un señor canoso me sonríe. Sigo corriendo. Escucho algunas bocinas a lo lejos e inmediatamente cierro los oídos. Las chimeneas siguen humeando, los gatos siguen charlando y las ramas cada vez están más secas. Sigo corriendo. Respiro mucho. Tengo calor y estoy cansada.
Llego al cementerio y el silencio se multiplica. Ya pasó un rato largo. Dejo de correr, pero sigo caminando rápido. Me late la cabeza y tengo los ojos hinchados (creo).
Entonces, decido volver a casa. Me voy recuperando poco a poco, y siento suaves cosquillas en las piernas. Me tiemblan un poco. Ya empiezo a sentir otra vez el frío entrar por el hueco de mi espalda. La rama del parque de mi casa intenta, como siempre, sacarme un ojo. Como siempre, la esquivo tarde y me raspo el párpado. Un hombre con capucha me tira un beso en el aire, pero yo estoy transpirada, despeinada y agitada. Llego a casa, pongo el agua para el mate, me saco la ropa, y me voy a la bañera.  

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